EDUCAR ES UN ACTO DE SEDUCCIÓN
- María Osorio Gómez
- 30 oct
- 4 Min. de lectura

Las preguntas que hoy nos convocan son seguramente las dudas existenciales que las y los maestros nos hemos hecho a lo largo de nuestra existencia ¿Qué es educar? ¿Qué significa ser sujetos hoy? ¿Quién es maestro hoy? ¿En qué situaciones de vida decidí ser maestro? ¿Cuáles son los diversos modos de ser maestro con otros? Debo ser sincera y confesar que mis respuestas eran muy diferentes antes de iniciar este proceso formativo. Hace solo unos meses habría respondido sin titubear que educar es un oficio y el maestro un artesano que se entrega con paciencia, constancia y vocación, que busca el mejor resultado con los recursos que tiene a la mano y la experiencia que le va dando la vida.
Hoy, sin embargo, mis respuestas son muy distintas. Creo que educar es seducir. Es decir, si como maestra soy una sujeta social, política y trabajadora de la cultura que ejerce poder y logro persuadir al Otro para que desee algo, para que conozca algo, para que ame algo, habré logrado un aprendizaje auténtico. Intentaré explicar esto de manera más pausada.
Soy licenciada en Lengua Castellana, durante muchos años pensé que había sido el azar lo que me había llevado a elegir esta profesión. Sin embargo, en mis intentos de reconstruir mis pasos por la escuela y en revisar las y los maestros que me inspiraron encontré que no. Cuando estaba en grado décimo llegó un profesor a darnos la clase de español. Yo ya era una lectora, digamos buena, para el promedio de mis compañeros, pero no lo mostraba en clase. Las profesoras de español no eran de mi agrado así que no llamaba su atención y prefería pasar desapercibida. Pero con él, fue diferente. Yo quería que me notará, que me hablará. Nunca pasó de ahí, de mis ansias de que me notara, lo que me llevó a ser la mejor, a leer todo lo que él proponía, a conocer sus gustos musicales e incluso pedirle recomendaciones. Duró sólo un año en el colegio, pero su presencia me marcó para toda la vida. Incluso, cuando me hice licenciada le escribí para contarle, sin pretensiones románticas, pero con el anhelo expectante de que se sienta orgulloso de mí. En sus clases había un erotismo encubierto, para ponerlo en palabras de Steiner (2004), incluso inconsciente y muchos fueron inmunes a esto.
En ese sentido, para mí, maestro o maestra es aquel que logra enamorarme de aquello que enseña, que me seduce con su discurso y accionar, despertando en mi el deseo de conocer y el placer de aprender. En palabras de Steiner (2004) “en un proceso de interrelación, de osmosis, el Maestro aprende de su discípulo cuando le enseña. La intensidad del diálogo genera amistad en el sentido más elevado de la palabra. Puede incluir tanto la clarividencia como la sinrazón del amor.” (p. 5) Por supuesto, esto es un gran poder, y como diría una película famosa, “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.
Y aquí quiero citar a Giroux (2013), cuando plantea al maestro(a) como un intelectual público, para establecer que este debe combinar los roles de educador crítico y ciudadano activo. En otras palabras, el maestro o maestra no puede esperar que la pedagogía sea una receta y que la educación sea neutral, deberá tomar una postura y comprender “como lo público colapsa en lo personal, lo personal se convierte en la única política que existe, la única política con un referente tangible o valencia emocional” (Giroux, 2013, p. 18). Esto, es un principio que he conocido por mi formación feminista lo personal es político, es decir, todo aquello que ocurre en la esfera de lo íntimo, como el aprendizaje, tiene consecuencias y un impacto en la esfera social, por eso insisto que educar es seducir. Un gesto, una mirada, una palabra puede alejar a un aprendiz de las matemáticas, las ciencias o la literatura como a un amante que ha sido rechazado con el mayor de los desprecios, así de grande es nuestro poder.
Para terminar, como siempre, Foucault, y sus Tecnologías del yo (2008), y digo como siempre, porque si algo me ha seducido son sus planteamientos, es su idea del cuidado del sí. Foucault nos recuerda la formula del Oráculo de Delfos: conócete a ti mismo, y plantea que esta siempre va acompañada de la exigencia: ocúpate de ti mismo. (Foucault, 1994)
Cuando hablamos de conocernos a nosotros mismos, solemos referirnos a un ejercicio de introspección, sin embargo, conocernos no nos lleva necesariamente a un estado de mejora o la preservación de aquellas cosas que nos hacen mejores seres humanos. Por eso, los griegos no sólo hablan de conocerse, sino de cuidarse, porque ese cuidarse necesariamente requiere de la acción, frente al cuerpo, el pensamiento, el alma e incluso la conducta. En otras palabras, el sujeto no podrá llegar a un conocimiento de sí mismo, sino se ocupa de sí mismo, ocupación que lleva implícito el cuidado, y con ello la vigilancia, la regulación y el ejercicio ético de su labor como maestro.
Textos referenciados:
Foucault, M. (1994). La hermenéutica del sujeto. Madrid: La piqueta.
Foucault, M. (2008). Tecnologías del yo y otros textos afines. (M. Allendesalazar, Trad.) Buenos Aires, Argentina: Editorial Paidós SAICF.
Giroux, H., (2013). La Pedagogía crítica en tiempos oscuros. Praxis Educativa (Arg), XVII (1 y 2), 13-26.
Steiner, G. (2004). Lecciones de los maestros. Madrid. Fondo de Cultura Económica. Ediciones Siruela



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