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  • Foto del escritorMaría Osorio Gómez

CRÓNICA DE UNA SALIDA EXTREMA

No suelo salir mucho, los espacios con muchas personas o que me lleven a entrar en contacto con otres me cuestan mucho, así que los evito. Sin embargo, el pasado domingo 7 de enero, mi hermana mayor y una de mis sobrinas nos visitaron, así que me dije “Mi misma, haremos un esfuerzo. Vamos a salir y a relacionarnos”. Y, propuse, por qué fue idea mía, y eso me hace sentir responsable. Ir a Juntas y conocer el parque Yaguaré, “Parque Ecoturístico y extremo Los Sauces”, los sigo en redes sociales y encontré muchas actividades que quería hacer, otras tantas que me daban sustico, pero quizá intentaríamos.


Propuse el lugar, compartí el perfil del Parque y todas estuvimos de acuerdo en ir. Así que el domingo, salimos del Salado, en la 82 hasta el centro de la ciudad y, en la 12 con 1ra, vimos como los jeeps se iban llenando de gente a una velocidad impresionante. Salieron casi cuatro carros, antes de que pudiéramos subirnos a uno. Es decir, Juntas, Villa Restrepo y gran parte del Cañón estaría llenó. Yo suspiré y me dije “mi misma, fue tu idea, aguanta”.


El viaje fue rápido, Paola nuestra conductora tenía mucha pericia, a pesar de la cantidad de ciclistas que bajaban, subían y yo sentía que se iban a estrellar en cualquier momento. Ella ni se inmutaba, llegamos a Juntas y caminamos hasta Yaguaré, unos 10 minutos a paso de mi hija. Es decir, no está lejos.


Al llegar al lugar nos cobran $2.000 por persona, valor que no cancelan los menores de 10 años y nos informan que cada una de las atracciones tiene costo adicional, pero que se cancelaba en el mismo punto de la atracción. Así que entramos al lugar. Lindo, de verdad. Flores, aire, naturaleza, mariposas, restaurantes, bar, punto de café, caballos y atracciones.


Lo primero que vimos fue, la cauchera humana, una cosa, increíble. Todas nos miramos y dijimos, “Muy extremo para nosotras”, así que sólo vimos cómo las personas se amarraban, se ponían un cuello que parecía ortopédico, el personal le daba la instrucción a la persona, y pum, lo soltaba. Debo admitir que yo grité y me dolió hasta el alma cuando vi eso. Pensé, “seguro, yo me orino o algo así. Que susto”.


Al lado de esa máquina del terror, estaban las Bolas Choconas, con mis hermanas nos

miramos y fue como un mismo pensamiento “mija, eso es algo que podemos hacer”. Preguntamos si las niñas podían entrar con nosotras. Así que dijimos, bien esta será nuestra primera actividad extrema. Estamos preparadas para toda esta diversión.

Llenamos una planilla con nuestros nombres y la EPS, nos ayudaron a meter en esas bolas transparentes donde sólo se te ven las piernas y uno no ve a nadie, sólo siente el choque. Mi hija, fue la primera en desertar del juego, se quejó de que sudaba mucho y hacía calor.

Nosotras estábamos bien, yo sentía los empujones, pero no me caí, y como no podía ver pues no sabía que mis hermanas sí. Mi hermana y yo chocamos con la visita, me incliné para quejarme del calor y la vi en el piso. Mi hermana se levantaba con dificultad y decidimos salir. En un primer momento pensamos que era una tronchadura de tobillo, algo que se podría manejar.


La chica que estaba a cargo de la atracción, nos ayudó a llevarla a una silla del restaurante que estaba al frente. Un señor del parque, llegó a revisarla. Así que le puso hielo, y dijo que parecía un esguince muy leve. Debo aclarar que nosotras, por alguna maldición del destino, tenemos el umbral del dolor muy alto o quizá quejarnos nunca ha sido una posibilidad. Recuerdo que mientras el señor le ponía el hielo a mi hermana, nos informaba que, si fuera algo más grave, ella no podría del dolor.


Así que le puso un improvisado vendaje con una toalla absorbente, hielo y esparadrapo. Le dijo, repose y ahora vengo. Para ese momento ya eran las doce, teníamos hambre, y estábamos ocupando una mesa de uno de los restaurantes, así que nos pedimos la carta, para ver qué había. A los minutos el señor regresó, y nos informó que el parque tenía un seguro, por si queríamos ir al médico. Para mi sorpresa mi hermana dijo que sí, que ella prefería ir al médico. Ese fue mi primer campanazo, pero lo deje pasar. Y un campanazo por qué, pues… ir al médico no es agradable, ninguna iría por un dolor superficial. Algo más pasaba, pero bueno. Continuaré la narración.


Una chica del lugar le pidió los datos a mi hermana para hacer la validación del seguro. Mientras pasaba esto, nosotras almorzamos. Al terminar, vi una mueca de dolor en mi hermana y supe que debía moverme. Ese gesto no era normal. Así que fuimos a preguntar qué había pasado. Al acercarme a la señorita, ella estaba en mil cosas, le pregunté qué había pasado con la atención y dijo, “Ay, no me han contestado”-, mientras revisaba su celular, me senté a su lado para esperar una respuesta. Los minutos pasaban y yo iba perdiendo la paciencia. Aquí ya había pasado más de hora y media desde la caída de mi hermana. Ella me preguntó la hora del incidente, a lo que respondí, tal vez, un cuarto para las 12 y, dijo, no eso fue hace mucho tiempo. Voy a escribir que fue hace poco. Levante los hombros y dije, “No sé, sólo quiero saber si nos van a ayudar”.


Minutos después nos dijo que el seguro no la iba a atender, pues se había reportado muy tarde el incidente. Le dije, bueno. Me puede ayudar a buscar un carro para llevarla al hospital en Ibagué. Además, tienen una silla de ruedas para sacarla a la vía, porque no puede caminar. Me respondió que sí, que ya me la llevaban.


Nos dirigimos al restaurante para contarles las novedades. Les habían quitado la mesa, estaban arrumadas en una esquina. Sí, mi mamá, mis hermanas, mi sobrina y mi hija. A mí me hervía la sangre. Esperamos unos minutos y al ver que no llegaba la silla de ruedas, decidimos sacarla entre mi esposo y yo. Cada uno de un lado. Atravesamos el restaurante, bajamos unos escalones y llegó un empleado para ayudar. Nos ubicamos frente al Bar, y los empleados pasaban mirando para otro lado. Era muy gracioso, era como “si no los veo, no existen” y en efecto. No existíamos. Mientras tanto nosotros tratábamos de conseguir quién nos llevará a Ibagué. Pero, no era una tarea fácil.


Llegaron al bar unas personas adultas, con cajas y cosas. Al ver a mi hermana, preguntaron qué había pasado. Se explicó rápidamente la situación, pero nuestros niveles de tolerancia ya estaban en nada. Así que la charla no fue cordial. Recuerdo muy bien que una de las señoras me dijo “El problema es que ustedes no preguntaron por los dueños. Ellos son empleados y somos nosotros los que solucionamos”. A lo que respondí, y es quizá la razón de este texto, más que una larga queja, “No, el problema no es si hablamos o no con los dueños. El problema es que ustedes no tienen protocolos para este tipo de accidentes”.


En resumidas cuentas, uno de los “dueños” terminó llevando a mi hermana a ASOTRAUMA, pagó una consulta particular, dejó un abono de $200.000 y se fue. Mi hermana ingresó al médico, le hicieron una radiografía y le informaron que tenía una fractura en el peroné, debía ser revisada por el Ortopedista, para saber si tenían que operar. Por fortuna, el hueso no se desplazó, porque en medio todo tuvo mucha suerte.


Pero entonces, mi pregunta o mejor mi llamado de atención radica en, una ucronía, es decir, en un “qué tal sí”, que tal sí hubiera sido una de las niñas, o que tal sí hubiera sido algo más grave, o qué tal sí, la espera hubiera generado desplazamiento del hueso y llevado a mi hermana al quirófano. Siendo un parque de deportes extremos como se establece en su nombre y descripción, por qué Yaguaré no cuenta con un botiquín o por qué tiene su silla de ruedas dañada o por qué no cuenta con una enfermería.


Es decir, quién o cómo se regulan estos lugares. Sólo necesito tener un terreno, dinero y decir, hey aquí pondré un tiro al blanco, una tirolesa, unos caballos y listo. Cobro por usarlos, sin ninguna responsabilidad.

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