Soy profesora universitaria hace algunos años, ha sido un reto, no puedo negarlo. Siento que debo leer mucho, preparar lo mejor posible mis clases y mostrarles a las y los estudiantes que ser docente es mucho más que una elección de profesión. Pues, una vez que te conviertes en profe, no dejas de serlo en ningún lugar, no importa dónde te encuentres si alguien te reconoce como “su profe” se lo contará a todo aquel que este dispuesto a oírlo.
Una de las cosas que me he propuesto como profesora es leer los trabajos de mis estudiantes con atención. Es decir, calificar bien, conscientemente de qué estoy leyendo y por qué lo estoy leyendo. Eso me ha llevado a reconocer el tono en que un estudiante escribe, y no sé, pero al parecer un sexto sentido se despierta cuando el tono no me convence.
Pues bien, ese fue el caso de una entrega final. Era una entrega en grupo, la cual había sido revisada periódicamente durante el semestre, así que yo tenía en mis apuntes cómo iba cada uno de los trabajos. A todos les hice sugerencias, correcciones y observaciones, así que sabía más o menos que obtendría en la entrega final.
El día llegó, mi correo electrónico tenía todas las entregas y empecé a revisar, sin muchas sorpresas, evidenciando que algunos grupos sí habían tenido en cuenta mis comentarios y otros no. Sin embargo, un escrito en particular llamó mi atención. Era, casi, un trabajo inédito, es decir, no era ni parecido a lo que había leído en sus entregas anteriores; lo cual me agrado mucho, pues sentía que ese equipo tenía mucho potencial y sus avances habían estado realmente flojos.
Continué la lectura entusiasmada, pero algo no encajaba en la estructura del trabajo, era demasiado “perfecto”. No digo que un grupo de estudiantes no pueda hacer un trabajo de esa calidad, lo que quiero decir es que eso lleva tiempo, revisiones, correcciones y reescrituras. Algo que de su último avance hasta el momento de la entrega final era poco probable que pudieran hacer. Así que tome un párrafo cualquier, lo copie y fui a San Google, ni siquiera tuve que usar un buscador de plagio. Con solo pegar un fragmento del texto encontré el original. Era un trabajo de grado. ¡Por supuesto! Eso, un trabajo de grado sí tiene revisiones, correcciones, reescritura, lágrimas, sudor, frustración y demás elementos para alcanzar la perfección.
Fue así como pase del entusiasmo a la rabia. ¿Rabia? Pero, por qué, se preguntará, pues trataré de explicarlo. Cuando descubro que un trabajo es copia de otro, lo que siento es que la persona o personas que lo presentaron me subestiman como profesora. En otras palabras, me creen como pendeja y que no me voy a dar cuenta, de esa manera podrán burlarse de mi y mofarse de “yo la engañe con mi trabajo, esa ni cuenta se dio”. Puede que parezca exagerado el sentimiento, pero para mí es así. Y, en efecto, es una cosa de lo más egocéntrica, no es que me importe que copie las ideas de otros o no sea capaz de crear sus propias ideas, sino que me importa lo que puede llegar a pensar de mí o a decir sino descubro su copia.
Según el procedimiento de la Universidad donde soy profe, cuando un estudiante pierde una materia, (situación en la que se encontraban los dueños del trabajo) tienen la posibilidad de presentar un examen. Así que llame a la directora del programa y le pregunte si ellos tenían derecho a ese examen, pues había encontrado la copia exacta en Internet. Su respuesta me decepcionó. Fue un sí. El proceso jurídico de comprobación de plagio tomaría mucho tiempo; las y los estudiantes tienen derecho a su presunción de inocencia y, por lo tanto, pueden presentar su examen.
Colgué, muy molesta. Cómo era posible. Ellos la embarraron, me querían ver la cara y ahora YO a punto de terminar semestre y entrar a las vacaciones de diciembre tenía que preparar un examen, ir a la universidad, esperar a que resolvieran el examen, calificarlo y subir las notas. Tenía rabia, así que lo haría, así con rabia y todo. Prepararía unas preguntas difíciles, que les costara las tres horas permitidas para contestar y aun así dudarán de si habían respondido correctamente. Ese era mi propósito.
Les informe por correo electrónico la nota de su trabajo, los motivos de sus notas, la fecha y la hora de su examen. Por supuesto, las excusas, los lamentos y las explicaciones no se hicieron esperar. Rápidamente me enteré por varias fuentes quién era responsable de introducir esas partes copiadas al trabajo. Sin embargo, no me importo. Era un trabajo en equipo y como equipo debían asumir las consecuencias.
Además, aquí entre nos, entre más leía sus excusas como que más rabia me daba. Así que deje de revisar sus correos. Prepare las preguntas y espere el día del examen. Llegue al salón con cara de puño. Estoy segura de que tenía una cara de pocos amigos, más de lo normal. Había preparado siete preguntas y un comodín, podrían usar el material de lectura del semestre y sus apuntes. Cada uno tomó un papelito y me senté a esperar que escribieran su texto.
Era domingo, hacía calor, no quería estar ahí. Los odiaba por tener que estar ahí. Varias veces se me acercaron para darme explicaciones, yo interrumpí. No quería explicaciones, quería terminar esto. Me sentía agotada, triste, abrumada. Uno a uno fue entregando sus textos. En verdad se tomaron sus tres horas.
Al otro día revise sus exámenes, ninguno me sorprendió. Es decir, no había nada bien redactado, pocos tenían las ideas claras. Incluso, varios ni siquiera respondieron lo solicitado. Así que procedí a darles una nota. Les respondí a sus correos electrónicos su nota y el comentario del texto, adjuntando el escáner de su texto. Me tome muy enserio la revisión, había llegado a la conclusión de que, si la Universidad me dejaba sin herramientas frente a la copia de un trabajo, la exigencia académica sería la manera de castigarlos.
Subí notas, recibí sus correos. Respondí algunos e ignoré el resto. Decidí no seguir pensando en eso. Había hecho bien mi trabajo y eso me dejaba satisfecha. Pero, oh sorpresa, un mes después recibo un correo de la dirección del programa, solicitando el examen de un estudiante, pues este había solicitado un segundo evaluador.
Claro, los estudiantes tienen derecho a un segundo evaluador, pero, qué lo hizo dudar de mi criterio. No había pasado antes. Debo decir que la nota de ese texto fue 3.0 sin embargo, eso corresponde al 50% de la nota y el otro 50% es la nota con la que perdía la materia. Al hacer el computo, no le alcanzó. Me sentí, extrañada, y de nuevo, molesta. Ahora debía buscar en las hojas de reciclaje el examen del estudiante, escanearlo y explicarle a la dirección del programa en qué consistió el ejercicio.
Por un momento pensé, hubiera sido más fácil pasarlos y fingir que no había descubierto la copia. Pero, de inmediato mi otra voz dijo, claro que no. Hicimos las cosas bien. Calificamos lo mejor posible. No es nuestra culpa que la Universidad nos deje sin herramientas para enfrentar este tipo de acciones.
Pregunte si era posible dejar un precedente. Es decir, que si un estudiante copia en un trabajo, pierda algún derecho o que exista alguna sanción. Pero no, la Universidad pública no se ha dado ese debate. Nadie está dispuesto a iniciar un proceso jurídico, a menos que se vea económicamente afectado.
No nos dan herramientas para enfrentar la copia de trabajos, pero se sorprenden y hasta se ofenden cuando en las noticias algún “famoso” es acusado por copiar, plagiar o robar las ideas de otros. Pero, cómo no hacerlo, si no existe un mecanismo claro de sanción o mejor como sociedad no le damos la importancia que tiene. Sin importar que seamos descubiertos haciendo trampa, nos rasgamos las vestiduras exigiendo el debido proceso, la rectitud en las formas que nos defienden. Es la doble moral, es la idea narcisista de que todo esta a mi favor, incluso si he cometido una falta.
No sé si ese segundo evaluador pase al estudiante, en este punto, no me interesa. Tal vez, la próxima vez lo piense dos veces antes de hacerlo. Pero, no se equivoque no estoy hablando de la copia, estoy hablando de rastrear un texto y empezar un proceso. Quizá la próxima vez me encuentre más cansada y sólo me haga la de la vista gorda. Espero que no sea así, pero no deja de ser una posibilidad. Es lo que produce la frustración en una profesora.
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