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  • Foto del escritorMaría Osorio Gómez

LA MUERTE COMO FORMA DE EJERCER EL PODER EN COLOMBIA


Este texto fue leído en el III Simposio Nacional en Estudios Literarios y el II Coloquio de la Enseñanza y la Promoción de la Literatura Infantil en la Universidad del Tolima, 2019

Antes de empezar los desvaríos sobre la novela Cóndores no entierran todos los días de Gustavo Álvarez Gardeazábal, y el poemario de María Mercedes Carranza Canto a las moscas, debo afirmar que aquí sólo habló de la muerte, del conflicto armado que en nuestro país se balancea como único destino. Puede que nosotras y nosotros no seamos muy conscientes de ello, pero pregúntele a su mamá o abuela, si no ha rezado porque regrese, pues porque en esta Nación Funesta, uno sale, pero poco se sabe si regresará o aparecerá con botas y camuflado.


En el prólogo de la decimoquinta edición legal (1984), Álvarez cuenta que la escribió como una novela, buscando recrear la realidad que vivió y le atormentaba en su recuerdo y con la socarrona esperanza de no volver a presenciar hechos tan violentos, porque se vería obligado a sentarse a escribir de nuevo.


Los poemas de Carranza plasman la verdad de una masacre, cada uno de sus cantos es el canto a la muerte y a la miseria que deja ésta tras de sí. Con la inclusión de estos cantos se quiere retratar el hecho de que la muerte violenta es un hecho concreto en la vida cotidiana de los colombianos y por ende lo que retratan estas dos muestras literarias no es una realidad de Tuluá o de Mapiripán simplemente, sino que marca los caminos de todo nuestro territorio e historia.


Ambas retratan uno de los momentos más violentos de la historia colombiana, y digo uno, porque la historia de Colombia ha estado marcada por un río de sangre, es como el hilo de sangre de José Arcadio Buendía que recorre todo el pueblo para avisarle a Úrsula que ha muerto, con la diferencia que aquí, la sangre aún no cesa, pero al igual que en la tumba de José Arcadio el olor a plomo sigue impregnado en el aire de nuestra tierra.


Para entrar en la trama de la novela, se hace necesario realizar un breve resumen de su argumento. León María Lozano es un vendedor de quesos que tiene su puesto en la galería de Tuluá. El 9 de abril de 1948 es asesinado Gaitán, líder liberal. Tuluá no es la excepción a la avalancha de violencia que esta muerte causa; pero una acción realizada por León María detiene la turba liberal, la cual pretendía quemar el Colegio de los Salesianos. Después del magnicidio de Gaitán, el Partido Conservador decide tomar cartas en el asunto; los dirigentes del partido conocen la acción valerosa de León María y le proponen crear un grupo para controlar a los liberales que preparan una insurrección. Es así como, León María se convierte en el Cóndor, jefe de los Pájaros, un grupo de matones que se dedicó a asesinar, intimidar, desterrar y eliminar a todo aquel que no fuera conservador y en los últimos tiempos, antes de que se decretará el Frente Nacional, también a los conservadores que no estaban de acuerdo con sus prácticas criminales o con las cuotas voluntarias que cobraban obligatoriamente. 


De ése viernes, nueve de abril, Tuluá no quiso grabarse ningún acto de depravación ni las caras de quienes encabezaban la turba, pero sí elogió y convirtió en una leyenda la descabellada acción de León María Lozano cuando se opuso, con tres hombres armados con carabinas sin munición, un taco de dinamita que llevaba en la mano y una noción de poder que nunca más la volvió a perder (p. 13)

 

Detengámonos un momento en esa “noción de poder” que experimentó León María, vendedor de quesos en la galería de Tuluá y que después sería conocido como El Cóndor. Según Ávila Fuenmayor (2007), citando a Foucault, afirma que el poder no es algo que posee la clase dominante, ya que no es una propiedad sino una estrategia. Es decir, el poder no se posee, se ejerce. El mismo Foucault afirma que el poder excede la violencia, pero el caso de la Violencia en Colombia, ha sido la forma de mantenerlo.


La primera muerte que se tiene es un asesinato, el de Gaitán, el cual desata una revuelta de los liberales, que como ya se ha dicho, trajo graves consecuencias, los desmanes y abusos de esos días fueron colosales, los liberales sacaron toda la rabia y el dolor que el asesinato de su líder les causó y culparon a sus enemigos políticos, los conservadores y por eso su venganza se ensañó contra ellos y las instituciones que los protegían y defendían, como la Iglesia católica pero Tuluá no sufrió grandes desmanes, pues la acción valerosa de León María lo impidió.


La siguiente muerte, que narra la novela es la de don Luis Carlos Delgado, la cual representa el silencio y la sumisión del pueblo de Tuluá, aunque esta no es una muerte violenta, es una muerte que marca el inicio de los hechos, pues don Luis Carlos Delgado fue uno de los asistentes a la reunión realizada por los jefes conservadores, León María y otros, la cual le dio inicio a la persecución liberal.


Don Julio le sirvió el refresco, ayudó a montar nuevamente las tres cajas en la bodega y vio salir en el carro negro a León María. Don Luis Carlos se quejó de un dolor de espalda y corrió a su casa para que la vida no se le fuera en las calles. (...) Prefirió quizá la condenación del otro lado, que al fin de cuentas desconocía no solo él sino todo humano, y no la condenación que Tuluá le daría por no haberse opuesto a su baño de sangre. (p.: 70 - 71)

 

Esta muerte representa la reacción que el pueblo Tulueño tomará a la avalancha de cadáveres sin nombre y filiación política concreta, que teñirán sus andenes. La muerte marca los rumbos de esta tierra y en la novela marca los comportamientos y acciones de los personajes. León María descubrió que el poder no se posee, sino que se ejerce y él y sus pájaros realizarán las acciones necesarias para ejercer ese poder.


León María fue a verlos y a esculcarles los bolsillos. La policía también, pero ese día economizó el comunicado y Pedro Alvarado no dijo nada más que la noticia otra vez escueta: en la mañana de hoy cuatro nuevos cadáveres de desconocidos aparecieron en las calles de la ciudad. La policía investiga las causas del deceso. (p. 76)

 

La muerte camina por las calles de Tuluá, pero la carnicería apenas empieza, los muertos sólo aparecen con un tiro de gracia y la ausencia de sus documentos, lo cual impide la identificación, no de su nombre pues eso poco interesa, sino de su filiación política, pues es lo único que le importa, tanto a León María como a la policía y en resumidas cuentas a toda Tuluá. Además, los muertos aparecen en grupos de cinco o menos en distintas calles, pero ningún muerto es de Tuluá, así que no son sus muertos, nadie ha llorado por ellos y por ende la indiferencia es mayor; pero una noche la situación empieza a cambiar, las calles de Tuluá amanecen llenas de cadáveres. Las calles de Tuluá se parecen a Dabeiba “El río es dulce aquí / en Dabeiba / y lleva rosas rojas / esparcidas en las aguas. / No son rosas, / es la sangre / que toma otros caminos.”


En todas las cuadras de Tuluá, menos en la del colegio y en la de León María Lozano, tuvo que entregar la bendición a un cadáver. Todos tenían la herida de bala en la nuca y estaban bien muertos. No cargaban papeles de identificación y a la hora del traslado al anfiteatro nadie los reconocía. Solo una mujer, la misma de los pañolones del día anterior, llegó al anfiteatro y reconoció un cadáver. Los había puesto unos encima de los otros, desnudos, boca arriba, los de la derecha, boca abajo los de la izquierda. Para el que terminaba el montón había una sábana, para los otros el abrigo de las moscas. Ninguno tenía muestras de otra herida y aun cuando al irlos colocando no faltaba alguno que derramara sangre, solo el runruneo de las moscas y el olor a formol demostraba que era una masacre. Por las ventanas de anjeo las caras curiosas vieron descargar cadáveres, pero nadie entraba porque en Tuluá nadie había perdido nada. (p. 82 - 83)


Los treinta y tres muertos no eran de Tuluá, así que no había de qué preocuparse. Esa masacre, fue anunciada por la mujer de los pañolones, se convirtió en una antesala del cambio político sufrido en el país; cambio político que justificó los muertos y ocupó la mente de los Tulueños en otras cosas. Tal como lo afirma la novela “Tuluá decidió achacarle la masacre de desconocidos al cambio de gobierno y si bien los muertos no tenían ni un solo documento de identidad, todos en Tuluá supieron que eran liberales.” (p. 83) De nuevo la muerte, esta vez en forma de masacre, marca el sitio donde la historia política cambia. “El gobierno de integración había terminado, había nuevo gabinete y, por consiguiente, nuevo gobernador y nuevo alcalde. El partido conservador se institucionaliza en el poder que había ganado en las elecciones.” (p. 81) 


Uno de los cantos de Carranza titulado Taraira dice “En Taraira / el recuerdo de la vida / duele. / Mañana / será tierra y olvido.” Es así como quedó la tierra de donde provenía la mujer de los paños y los hombres liberales que fueron asesinados; un tiro de gracia acabó con sus vidas y dejó su tierra desierta. Como vemos la violencia no tiene límites de tiempo, ni de espacio, en cualquier rincón de nuestra tierra ha ocurrido un asesinato, una masacre, que ha llevado a un cambio o a una justificación.


Tuluá tendría su primer muerto “oficial” y no sería el único. Aunque a pesar de eso Tuluá seguía sin creer que vivía una tragedia, al igual que don Luis Carlos Delgado, el pueblo de Tuluá permaneció en silencio, como muerto.


Nadie dijo nada y como Elvita Gil demoró casi un mes para poder volver a soltar palabra, todos creyeron que a Rosendo Zapata lo habían matado por los líos que todavía tenía con su primera mujer y no por lo que finalmente aceptaron cuando Elvita Gil, en un chocolate de damas de caridad, dejó salir por su boca. Ya para esa fecha los muertos habían sido veintitrés. (p. 88)


A partir de ese momento la novela de Álvarez se convierte casi en un prontuario de asesinatos, relata cómo los liberales de Tuluá son asesinados, pero Tuluá sigue en la ignorancia, todos ven los carros pasar y suponen de dónde vienen, pero nadie lo cree. “Para poderse convencer, Tuluá tuvo que esperar casi tres meses más, enterrar casi un centenar en su cementerio y oír a los refugiados de las montañas, bajar a contar sus pesares.” (p. 92) Un once de agosto, León María se identifica como el jefe de la banda al llegar a Riofrío. Por un acuerdo realizado con la autoridad eclesiástica, el padre Nemesio, los habitantes de Riofrío salvaron sus vidas, pero su tierra quedó como la de Amaime “En Amaime / los sueños se cubren / de tierra como / si fuera podredumbre.” Sus bienes, tuvieron que venderlos, arrendarlos o dejarlos, como la mayoría de campesinos del país, pero los únicos beneficiados eran los ricos de la región, pues ellos siempre tenían efectivo, casualmente los ricos de las regiones eran conservadores.


El imperio del miedo y de la sangre estaba ya en furor. El gobierno también era de ellos. León María ejerce el poder, este hecho que debería alterar el transcurso de la vida, se asume como normal, pues es él quien siente y por ende ejerce esa “noción de poder” a pesar de su voz gangosa, sus órdenes son acatadas al pie de la letra. Pero al ejercer su poder, también sus pájaros han recrudecido la muerte, “porque después de la matanza de Ceilán ya no bastó con el disparo en la nuca, sino que los empezaron a machetear.” (p. 105) Al igual que en Paujil “Estallan las flores sobre / la tierra / de Paujil. En las corolas / aparecen las bocas / de los muertos.” El poder se debe ejercer con más vehemencia y las formas de muerte se van recrudeciendo.


Es una muerte la que también nos define que El Cóndor ya no ejerce todo su poder. El tiempo pasa y el poder cambia de manos, aunque las formas de muerte son cada vez más crueles, León María no es el único en ejercer el poder de cambiar la historia.


Conservador hasta los tuétanos, nunca dejó de pagar un centavo al directorio, pero tampoco metió sus narices en nada de la política. Con doña Midita había formado un hogar ejemplar (como lo diría la crónica social de Nina en Relator al día siguiente), del que apenas le quedaron dos hijos varones que no pasaban los siete años. Nadie oyó decir jamás que don Alberto Acosta ofendiera a alguien o debiera algo. Por eso cuando el chofer del yip tocó la puerta de la casa y doña Midita quedó mirándole a sus ojos brotados, ella supo muy bien qué le había pasado a su marido y pegó carrera a llorar ante la imagen del Sagrado Corazón en la sala de atrás. La voz hueca del chofer retumbó en el zaguán de su casa y quedó confundida con las incoherencias del mayordomo que le decía doña Midita que ahí, en ese bulto que cargaban entre los dos, estaba lo que la chusma de Manuel Rojas había dejado de su marido. (p. 106 - 107)

 

Manuel Rojas hacía parte de los pájaros de León María, pero había adquirido cierta independencia y manejaba los negocios y las matanzas a su antojo. Así que León María llamó a Alfredo Acosta, hermano de Manuel y le ordenó matarlo. Como vemos, de nuevo León María por medio la muerte busca ejercer su poder, induce a otro a cometer un acto, sin importar si ese acto va en contra de principios o sentimientos. Pero León María con una sola orden logra que la historia de Caín y Abel se repita. “Un pájaro / negro husmea / las sombras de / la vida. / Puede ser Dios / o el asesino: / da lo mismo ya.” 


El conflicto se recrudeció y los pájaros se volvieron de sociedad y El Cóndor se envejeció, el pueblo colombiano no aguantaba más muertos, el campo estaba quedando deshabitado y los de frac decidieron pactar la paz por medio del Frente Nacional. La historia de Álvarez termina con la muerte de León María, el cual fue asesinado por Simeón Torrente, el que años antes había intentado envenenarlo con un queso.


Agripina corrió detrás de él, pero la figura de Simeón Torrente, parado en todo el frente de la puerta, la hizo frenar en seco. No lo veía desde el día que fue a llevarle los quesos envenenados y creyó que lo que había ante ella era un espanto porque ni color tenía de Simeón después de tantos años. León María quizá no lo distinguió porque cuando iba camino a él, Agripina oyó los disparos y vio retroceder trastabillando a su marido hasta que cayó finalmente en la mitad de la calle. (p. 165)


Con la muerte termina la historia de León María y sus pájaros, su poder termina, deja de ejercerse, pero la sangre en los campos colombianos no cesa. Las guerras siguen consumiendo la vida de nuestro pueblo. Y el terror es amo y señor. Quizá Colombia termine como Necoclí “Quizás / el próximo instante / de noche tarde o mañana / en Necoclí / se oirá nada más / el canto de las moscas.”



REFERENCIAS


Álvarez, Gardeazábal, G. (1997). Cóndores no entierran todos los días. Plaza & Janes.

Carranza, M. M., & Agudelo, D. J. (2010). Poesía completa. Sibila.


 


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