UN ADIÓS A ÉL
- María Osorio Gómez
- hace 2 días
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Actualizado: hace 5 horas

La noticia de tu muerte me cayó como un balde de aguamasa, a pesar de llevar años esperándola, teniendo la certeza que sería brutal y prematura.
Nos conocimos hace 25 años, en el 2000, tu mamá te trajo a la gran ciudad con tu hermana, huyendo de la guerra y un destino de muerte que perseguía la mayoría de pobladores de su pueblo. Ella, al igual que muchas, estaba convencida de salvarles de ese destino, sin saber que el olvido, la muerte y la miseria es la única certeza que este país tiene para la mayoría de sus habitantes.
Llevo años caminando una ciudad diferente, pero en cada esquina busque tu rostro. Siempre tuve en mi cabeza la ilusión o quizá el miedo de encontrarte o reconocerte en algún habitante de calle. Pero, que el o la lectora no se equivoque, cuando digo miedo, no es por que pudieras hacerme algo, sino por mi propia imposibilidad de hacer o decir algo concreto.
Habíamos pasado años viéndonos diariamente, pero a ti la ciudad te había encantado o mejor atrapado de maneras que yo no entendía. Tengo varios momentos claves de este recuerdo que a veces llamo amistad.
Llegaste con una sonrisa amplia y un acento de pueblo que te hacía inconfundible. Cuando hablabas te ponías rojo. Tono que fuiste perdiendo y sólo veía cuando reías a carcajadas.
Una tarde, tomaste un pedazo de coco y lo lanzaste, como si aún estuvieras en los potreros que rodeaban tu pueblo, sólo que estabas en el salón y se rompió una de las lámparas. Nos vimos en muchos problemas, tú por lanzarlo y yo por traer una cascara de coco.
Yo perdí ese año, y con él a ti, es decir, seguimos viéndonos. Pero, nuestras amistades fueron cambiando y poco a poco dejamos de frecuentarnos.
Ya habíamos terminado el bachillerato cuando mi mejor amiga me llamó para decirme que estabas en el Hospital de Kennedy, te habían disparado. Corrimos a verte, juntas, a preguntarte que había pasado, por qué y el qué harías. Tú, reías y desviaste nuestras preguntas mostrando tu lengua y explicando que tenías un pedazo de bala allí, que no se podía sacar.
Viaje a tora ciudad y de nuevo te perdí el rastro. Años después regreso a Bogotá y nos encontramos en una calle del barrio, yo llevaba una panza enorme y tu algunas capas de dolor. Hablamos de tus días en la calle, de tus adicciones, de la miseria, de tu intención de salir de ese mundo, de la esperanza, de mi embarazo, de la sorpresa y la alegría de vernos.
Esa fue la última vez que te vi, me fui con el dolor de no saber nada del futuro. Preguntándome si el conflicto de este país le había robado la vida décadas antes.
Hoy una notificación en una red social me informa que la muerte te alcanzó. Quizá se cobro una deuda histórica y por eso fue tan cruel.
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