Fue un día largo, mucho trabajo y terminé rendida. Esperaba poder descansar en la noche, dormir y dejar que el mundo se detuviera un poco. Sin embargo, esto no fue posible, a unos vecinos se les ocurrió tener una noche de fiesta, de esas donde terminas cantando corridos prohibidos con la voz desafinada. Eso generó que mi hija se despertará varias veces en la noche, y a la mañana siguiente tenía mucho dolor de cabeza. En resumidas, la noche no fue lo que esperaba.
Me levanté cansada, así que pedí tamales para el desayuna. Una vecina de la torre de al lado me los trae hasta la puerta. Ella feliz, yo sólo quería dormir, así que la deje viendo una película, mientras yo dormí un par de horas. Deserté y ya era hora de las onces de ella, así que le di dinero para que comprara algo en la tienda y me trajera un banano. Necesitaba sentirme mejor, sentir que podía seguir con ese largo día que tenía por delante.
Me senté respondí un par de correos y la mañana se esfumó rápidamente, cuando me di cuenta estaba ella mirándome con sus grandes ojos, preguntando por el almuerzo. Yo sin saber qué cocinar y consciente de no querer cocinar, le pedí que se cambiara. Salimos a un restaurante del barrio, el almuerzo, frijol, arroz y carne. Ella siempre elige lo mismo, yo pedí igual. Ni pensar quería.
Llegamos a casa, preparé un café y me pegue al computador, varias cosas por leer, mucho por escribir. La entrega de ése último documento era urgente. Parece que todo se hace urgente depronto. A eso de las cuatro me dijo: -Mamá estoy aburrida. Vamos al parque-. Estaba cansada de estar frente al PC así que dije que sí. Salimos, caminamos un par de cuadras y ya estábamos en el parque, le compré un raspado y me senté a mirar como juegan los niños.
Al regresar a la casa compre arepas para la comida, se las daría con mantequilla y un poco de jamón que quedaba en la nevera. Le expliqué que tendría que terminar unas cosas en el PC y luego le daría la comida. Me interrogó por trabajar tanto, le dije que era la única manera que tenía para mantenernos. Pues, sino trabajará de esa forma, mi billetera estaría vacía y aunque estuviera cansada, tendría que cocinar y hacerme cargo de muchas cosas de la casa.
Comer fuera me permitía no pensar en eso. Dejar a un lado esa carga mental y sentarme a comer un plato caliente, sin esperar, sin pensar y sin tener que lavar la loza, por ejemplo. Ese tiempo podía entonces ocuparlo en escribir, algo que me gusta y necesito hacer.
Evidentemente no me puedo permitir todos los días comer fuera o resolver con dinero esas necesidades básicas, porque eso es un privilegio.
*Si sumerce leyó esto y pensó en qué mala madre soy. Debe saber que sí, soy una mala madre, pero sumerce debe revisar sus privilegios.
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