Ayer cumplí años, y lo primero que hice al despertar fue silenciar mi celular, no quería escuchar ninguna voz felicitándome o cantando una desafinada canción. No tenía que ir a trabajar, al parecer la única ventaja que le veo a eso de celebrar los años. El día pasó, al menos por mi parte de la manera más cotidiana posible. No quería canciones, cartas, mensajes o almuerzos especiales. Ni siquiera quiero vivir, qué hace ese día un día especial o fabuloso. ¿Qué debo celebrar? La vida, una vida que evidentemente no pedí y que luchó cada día, -con pastillas, terapia y resignación-, para continuarla. Porque en un acto de evidente irresponsabilidad, le di vida a un ser.
Lamento que la psiquiatra que me dijo: "tu no debes traer niños a éste mundo, tu muerte será una carga para ellos", me la encontrara cuando ya había engendrado una vida.
Pero bueno, ese no era mi propósito en este texto. Mi propósito es descargar esta rabia que se me acumula en las piernas, en la espalda, en el cuello y en la comisura de los labios. Soltar esta rabia por seguir viva y por responder con una sonrisa, un emoji o una voz fingida lo agradecida que me encuentro por recordar mi cumpleaños. Mientras mi cabeza dice, "solo lo recordaron porque en la red social les sale un letrero; o... envían cualquier cosa, porque evidentemente no quieren hacerte sentir menos, o... la más cruel de todas, sólo te llaman y saludan porque coincidiste con tener la misma madre", y así uno y mil pensamientos ...intrusivos... como les llaman ahora los muchos psicólogos que parecen trabajar en la red social que frecuento.
No hubo happy birthday a lo Mario Benedetti, sólo pedí un Happy New Year en palabras de Cortázar, para regodearme en esa voz gangosa y llena de melancolía y sufrir por estar viva, pero dar gracias porque otros también tuvieron que estarlos y me dan el arte de sus manos y cerebros como si fuera la misma ambrosía.
Entonces, doy un bocado a ese alfajor y comprendo que debía vivir para probar ese regalo de las diosas.
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